La democracia actual: entre la caridad política y el engaño ciudadano…

>> sábado, 2 de mayo de 2009

La democracia actual: entre la caridad política y el engaño ciudadano…

That all men are equal is a proposition which, at ordinary times, no sane individual has ever given his assent. - Aldous Huxley

Tiempos electorales. Conforme se acerca la gran fecha, los spot publicitarios aumentan, se convocan mítines, se llenan estadios para escuchar el discurso del candidato, el pueblo se moviliza, algunos activa, otros pasivamente. Todos toman conciencia por unas semanas, meses, de su calidad ciudadana. Cada uno se convence de que su voto puede hacer la diferencia…

En países como el nuestro, la publicidad electoral no es solamente la de los partidos y candidatos, sino que también incluye una importante campaña de convencer al ciudadano para que esté preparado y acuda a las urnas. Esta última campaña casi siempre resulta la del partido derrotado, el abstencionismo, si tuviera validez electoral, siempre tendría el voto mayoritario. Pero los no votantes son desdeñados como una despreciable minoría de malos ciudadanos. El hecho de que expresen, posiblemente, el desdeño que se les imputa en la dirección contraria, hacia sus gobernantes, es una de esas improbabilísticas políticas asimismo desdeñables.

“Voto por voto, casilla por casilla, urna por urna,” clamaban los derrotados sospechando el fraude. La última instancia nunca es ni ha sido ciudadana. En las elecciones controvertidas intervienen los tribunales y, como lo vimos con Gore-Bush en el 2000, o AMLO-Calderón en el 2006, fallan inapelablemente. Los perdedores no siempre se atienen a las consecuencias. Pero no han podido lograr mucho contra las decisiones que vienen de arriba. Después de todo el poder judicial, el tercer poder por el que casi en ninguna parte se vota, es la cereza que corona el pastel de nuestra amada democracia.

Pero si el poder judicial es la cereza, los medios masivos de comunicación son la crema que cubre el pastel, el gran legitimador-empañador-engañador, detrás del cual se esconde el verdadero pastel. (recomiendo abajo en la página los excelentes videos de Noam Chomski "Manufacturing Consent" subtitulados)

Un sistema político representativo que no representa a nadie más que a si mismo. Y este representarse a si mismo en realidad no tiene nada que ver con los anteojos ideológicos que tienen puestos aquellos que participan en el sistema. Muchas, demasiadas veces se ha dicho que los partidos políticos no son otra cosa, que alas diferentes de una misma empresa.

Los casos que podemos enumerar son numerosos. ¿Alguien tiene alguna idea cual es la diferencia entre los republicanos y demócratas en los Estados Unidos más allá de que los primeros usan el elefante como mascota y los segundos el burro?, ¿Alguien tiene alguna idea como es que un Partido Ecologista –el mexicano- puede recurrir a métodos electoreros tan contrarios a su ideología de origen como proponer la pena de muerte y no llevarse más castigo que ser expulsados de la “Internacional Verde”?, ¿Alguien puede explicar cómo es que se puede Institucionalizar una Revolución y regir un país durante 7 décadas sin que nadie le pida una rendición de cuentas sobre esa paradoja primaria?, ¿Alguien puede entender como el comunismo marxista se pudo convertir en un capitalismo de estado?

Ciertamente no encontraremos ninguna de estas respuestas en los medios de análisis político convencionales. Este análisis no puede, o no ha querido trascender la agenda establecida por la polaridad izquierda-derecha imperante. Y, cuando ha aparecido algo nuevo, algo propositivo, aquellos que controlan el sistema se han encargado de torcer la novedad a su conveniencia para continuar matizadamente en lo mismo.

Este es el marco en el que encontramos a la democracia moderna. Se nos dice que cada voto, que mi voto es importante. Y lo es. Ese voto, mi voto, es absolutamente imprescindible para mantener las cosas en el lugar en el que se encuentran. Un voto no cambia nada, muy al contrario, es la firma ciudadana debajo del invisible contrato social.

Analicemos el asunto un poco más a detalle.

¿Quiénes son aquellos por lo que puedo votar? Se puede argumentar de que son ciudadanos comunes y corrientes y lo son, hasta que comienzan a buscar una carrera política. Esta carrera los convertirá en ciudadanos ya no tan comunes y corrientes. Se convierten en ciudadanos con una filiación política. Un ciudadano común y corriente no puede acceder a las filas del poder. Tiene que ir pasando por toda una serie de filtros y pruebas para lograr su cometido. Los meritos que tiene que hacer en el camino lo alejan cada vez más de aquello que tuvo en mente al iniciar el camino. Se adapta, rinde pleitesías, accede a tratos, regatea por posiciones, comienza a roer el hueso, y, si es lo suficiente mente hábil, logra comerse el túetano. Para entonces ya es demasiado tarde para seguir siendo ciudadano. Su nombre se convierte en parte de esa “H” que permea el panorama político mexicano, una “H” que nunca se sabe bien a bien si se deriva de “heróica”, de “honorable”, heroico por el esfuerzo, por la gloria de haber obtenido la victoria en el camino, honorable por la honra del título, en muy contadas ocasiones por denotar una ética personal en el personaje.

Las instituciones que se encargan del filtrado, de torcer y adaptar las buenas intensiones de ese ciudadano común y corriente a los cánones establecidos son los partidos políticos. Unas instituciones que reproducen, más o menos eficazmente la virulencia de los acomodos del sistema en su totalidad. Cada uno de esos partidos tiene sus héroes. A sus Campas, sus Gómez Morín, sus Elías Calles, sus Ebert, Adenauers, Lenins, Trotzkis, Nehrus, Gandhis, Mandelas, Jeffersons y Roosevelts. Incluso los contra-héroes no son escasos: Hitler, Mussolini, Stalin, Sukarno, Perón, González Torres.

Con tan solo recorrer un poco los contenidos de la vendimia electoral que realizan esos filtrados personajes nos damos cuenta que ya son algo diferente al común denominador ciudadano. Sus promesas electorales obedecen a lo que imaginan ser las grandes necesidades ciudadanas: trabajo, educación, salud, seguridad, patria… Ya están muy alejados de aquello que son las verdaderas inquietudes: comida en el plato, electricidad sin efectos de discoteca, la fiesta de quince años de la primogénita, amistades genuinas, solidaridad humana, con quien intercambiar, por quien sufrir el amor, vivir para que valga la pena vivir.

Desde la óptica del común y corriente para todo ello no es necesario que se trabaje (podría ser gratis), o tener la credencial del partido (a menos que sea necesaria para obtener algunas prerrogativas especiales), vivir no cuesta nada. No le tiene que pagar nada a la naturaleza para estar vivo. Los que le demandan los pagos son esos humanos diferentes a él que están ubicados en esas pirámides invisibles que sostiene en sus hombros ciudadanos.

Si no fuera por los señuelos llamados democracia colgados de la base de la pirámide y que de vez en cuando atrapan y anteponen una “H” al ciudadano común y corriente, la pirámide, desde hacer rato, estaría tan en ruinas como aquellas que construyeron los antepasados.

Read more...

Un punto de partida...

>> viernes, 17 de abril de 2009

Nueva York, costa noreste de los Estados Unidos. Cualquier día en el futuro.

El invierno es particularmente crudo. Helados vientos barren las calles de la metrópoli. El hielo de las calles hace patinar a los automóviles y el desastre sucede. En varias partes de la ciudad se suscitan carambolas en las que están involucrados decenas de automóviles. El tránsito en toda la zona conurbada se paraliza. La policía, los servicios de remolcado, las compañías asegurados no se dan abasto. El tráfico impide que los controladores aéreos lleguen a tiempo a su relevo y los viejos equipos, cansados tras jornadas de 12 horas, de repente comenten un error. Dos enormes jets se desploman justo sobre las dos mayores plantas de generación de energía eléctrica. Queda demostrada la vulnerabilidad del sistema de abasto eléctrico con un apagón que abarca toda la costa noreste extendiéndose desde la capital, Washington, hasta las grandes ciudades canadienses francoparlantes. Los ocupantes del laboratorio espacial Skylab asombrados ven como una vasta zona que iluminaba el planeta oscuro literalmente se apaga frente a sus ojos en cuestión de segundos.

Los técnicos eléctricos se apuran para reparar el daño pero no pueden reconstruir rápidamente la capacidad de generación. El apagón se extiende durante días. Para calentarse, la gente comienza a hacer fuegos en las viviendas y oficinas para mantenerse caliente. Algunos edificios se incendian y no pueden ser apagados porque los bomberos no pueden llegar porque las calles están saturadas de automóviles dejados allí por sus dueños al no funcionar los semáforos. Se organizan equipos voluntarios para saquear a los comercios que tienen algo de comida. El frío causa estragos. Muchos de los voluntarios nunca regresan. Se mueren congelados en las aceras.

En el mundo, regido financieramente por los bancos de Wall Street y la bolsa de valores neoyorquina, se genera un caos bursátil de enormes magnitudes. El presidente de los Estados Unidos es evacuado de la Casa Blanca y se le traslada a la capital de California. Los miembros sobrevivientes de las cámaras deciden emitir una enmienda constitucional que traslada indefinidamente la capital del país a Sacramento.

En toda la costa noreste salen a la calle grupos de vándalos armados hasta los dientes que comienzan a apropiarse de todo lo que les sea de utilidad. La gente no armada se encierra en sus casas y departamentos atrancando las puertas con todo lo que encuentran a la mano. Muchos de ellos, al no tener comida y al dejar de funcionar el suministro de agua potable mueren miserablemente.

Después de semanas, el clima por fin mejora. Los cadáveres congelados, comienzan a descomponerse y por todos lados surgen brotes epidémicos que diezman más a la población. Los más fuertes emprenden una migración a lugares donde han escuchado que las cosas todavía funcionan. La mayoría lo hace caminando. Unos pocos que vivían en los suburbios logran salir hacia las carreteras con sus autos abarrotados de pertenencias.

En cuestión de meses, una zona en la que vivían cerca de 50 millones de personas, se convierte en territorio prácticamente abandonado. Los pocos que deciden quedarse se apropian de las mejores casas, defienden lo que tienen con las armas y ni siquiera el ejército que ha tomado el comando en la zona logra restablecer el orden.

El mundo jamás volverá a ser el mismo…

---

El escenario descrito quizá se antoje como exagerado. En realidad las circunstancias que lo susciten son poco relevantes. Las posibilidades y variantes que pueden detonarlo son muchas. Desde un escenario climático como el descrito en la película “El día después de mañana”, hasta llegar a lo arriba descrito.

La vulnerabilidad de la capital actual del mundo, la zona de la costa noreste de los Estados Unidos ha sido descrita en miles de páginas y preocupa a más de un experto en la materia. Nuevamente hay que señalar que solo es cuestión de tiempo de que algo suceda. Las políticas actuales no están haciendo nada para prevenirlo, simplemente buscan las formas más adecuadas para mantener el sistema de tal manera que no colapse. No existen planes ni en el corto, ni en el mediano plazo para solucionar las vulnerabilidades, sobre todo eléctrico-tecnológicas de la región… Ningún político está dispuesto a ponerse esa camisa de once varas. Simplemente no sería electo.

En realidad no quiero llevar mi reflexión por los senderos de la especulación. Quiero enfocar mi atención hacia los resultados. Mi ejercicio gira en torno a la pregunta:

¿Cómo se podría dar una reorganización mundial ante la ausencia súbita del poder imperial que en estos momentos mantiene al mundo ordenado?

De forma muy somera se puede señalar que se han propuesto dos vertientes que describen diferentes escenarios.

El primero se refiere al surgimiento de un gobierno tiránico mundial controlado por aquellos que son propietarios de los grandes capitales del mundo. Las grandes corporaciones mundiales formarían una alianza en la que unificarían todos sus recursos para hacerse del control del mundo. Sus policías corporativas serían adiestradas dentro de ese marco y se convertirían en la policía del mundo, quizá bajo los auspicios de una ONU con poderes nuevos e ilimitados. Se trataría quizá de mantener alguna farsa democrática, algún parlamento mundial cuyos miembros serían electos en todo el mundo pero con un control férreo sobre las ideologías de los partidos políticos que tendrían la oportunidad de presentar candidatos. Por el otro lado, se puede pensar en otras formas de legitimación. La teoría que manejan los partidarios de la conspiración se apega a este resultado. Se sacaría a la luz una legitimidad antigua y milenaria. Un candidato viable para encabezar un gobierno mundial de este tipo sería el actual príncipe Guillermo de Gran Bretaña. Su legitimidad se demostraría con el discurso griálico llevando su linaje incluso hasta el antiguo Egipto. (una profundización sobre este tema la encuentras aquí)

El segundo, descrito magistralmente por Umberto Eco, en “Über Gott und die Welt”, es el modelo feudal monástico. En él aflorarían por todas partes núcleos de organización regional y regional urbana organizados en torno a personajes locales que tienen la capacidad de controlar su entorno inmediato gracias a instituciones del pasado más o menos funcionales todavía existentes como policías, milicias locales, incluso núcleos de poder democráticamente electos. Paralelamente conocimiento del pasado sería custodiado, analizado y re-aplicado por grupos conformados en torno al modelo monástico medieval que cobrarían una relevancia suprema para restaurar la vida humana hacia un nivel más o menos semejante al imperante antes del desastre. La reflexión de Eco gira claramente en torno al rescate de la experiencia medieval europea y de una evaluación socio política del periodo que comprendió el ocaso del Imperio Romano. (una profundización sobre este tema la encuentras aquí.)

Ambos escenarios de alguna forma coherentes con lo actualmente existente y con la herencia histórica humana, tienen como elemento común el asentar una incapacidad humana para cambiar profunda y radicalmente en el caso de enfrentarse a una situación extrema.

Uno de mis propósitos en esta obra es describir un escenario diferente y que se me antoja mucho más optimista. Ese escenario es justamente el anarquismo místico y hay muchos capítulos por delante en los que intentaré describir sus implicaciones, formas específicas y sus dimes y diretes…

Read more...

El poder y la propiedad, unas estorbosas herencias...

>> sábado, 11 de abril de 2009

Los seres humanos vivimos en un constante conflicto de intereses que confronta la persona con la sociedad y a la sociedad con nuestro planeta. Si queremos sobrevivir es apremiante que reflexionemos profundamente sobre cómo podemos resolver este conflicto ya que a mi modo de ver es la parte medular de todo eso que amenaza nuestra existencia.

Sin adentrarnos demasiado en los detalles, eso lo dejo para más adelante, podemos decir, someramente, que en el trasfondo de la conflictiva humana está la forma como ejercemos el poder y como es que llegamos a sentirnos propietarios de algo.

El poder tal y como se ejerce en la actualidad siempre obedece a intereses que pueden estar graduados de acuerdo a nuestro rol social circunstancial.

Ejemplifico: Si tomamos a un hombre con ingresos modestos, vemos que en su lugar de trabajo probablemente tiene un potencial de ejercer poder nulificado, sigue órdenes, choca con sus jefes y, su máxima aspiración es o ascender a un puesto mayor o integrarse al sindicato y volverse líder entre sus co-trabajadores. En casa, ese mismo hombre, tiene un rango de ejercicio de poder mucho mayor. Lo ejerce sobre su esposa, hijos, determina como se gasta el dinero, y los domingos acapara la tele para ver el futbol.

En ambos casos su ejercicio de poder, sin embargo, está limitado y filtrado por convenciones sociales. El poder que ejerce ese hombre no es suyo en realidad. Lo único que hace es convertir las expectativas sociales que fluyen a través de él en un ejercicio de poder.

Supongamos que ese hombre es un hábil carpintero. En su empleo le indican cómo hacer los muebles, cuantos tiene que hacer y le facilitan sofisticadas herramientas para hacerlas. A pesar de tener todas las facilidades para realizar su trabajo estará insatisfecho. Si ese mismo hombre durante la semana santa decide hacer una mesa nueva para su casa, aun teniendo herramientas y materiales más precarios realizará ese mismo trabajo de carpintería de una forma totalmente diferente. Estará involucrado en su proyecto, quizá exigirá a sus hijos que le ayuden, pero lo hará de buen humor y sus hijos le ayudarán con bastante motivación. A la hora de la comida disfrutará lo que su mujer le ponga en frente y hasta es posible que, aun exhausto después de trabajar todo el día en su mesa, por la noche le haga el amor.

En realidad no importa el ejemplo que haya escogido. Lo importante es señalar que un elemento medular en la relación que puede tener el individuo con sus aportaciones al mundo es esa curiosa cosa que llamamos propiedad. En la fábrica el hombre no está satisfecho porque las mesas que fabrica no son suyas, en la casa lo está porque la mesa estará en su propio comedor.

---

Si has leído un poco –o mucho- de y sobre todos aquellos que históricamente han teorizado en el espectro político que llamamos actualmente la izquierda encontrarás descrito este conflicto una y otra vez. Los lenguajes puedes ser rimbombantes, como el que usa Carlos Marx, o muy sencillos como el que usa Rius en sus Supermachos. Y las discusiones entre las diferentes corrientes de la izquierda giran en torno a cómo resolver este problema.

Comencemos por el ángulo de la propiedad. Los socialdemócratas –una izquierda moderada- buscarán la forma de implementar que la mayoría de los seres humanos sean propietarios primarios de lo que hacen. Es decir que fomentarán la pequeña empresa, las cooperativas, u otras formas de trabajo donde la propiedad quede lo más repartida posible. Los comunistas –me refiero a la teoría y no a la práctica como la que se dio en la Europa del Este- buscan una forma de colectivizar esa propiedad, es decir que todos sean propietarios de todo. Incluso algunas corrientes capitalistas buscan todavía formas de resolver este asunto fundamental.

Pero, si buscamos en el trasfondo del asunto ninguno de ellos no se atreve a cuestionar el “derecho inalienable” del humano a ser propietario, como mínimo de su fuerza de trabajo. Ese es el punto.

Incluso la gran mayoría de las corrientes del anarquismo (y para que se den una idea hay más que tribus en el PRD) no rebasa ese punto medular sobre la propiedad.

Si vemos que está pasando con la propiedad y/o su variante más etérica, los derechos de propiedad en nuestro mundo actual nos damos cuenta mucho de lo que sucede y nos amenaza tiene que ver con el sentirnos propietarios.

El ser propietario de algo nos da una especie de “carta blanca” sobre aquello que poseemos.
Si mis hijos son míos, yo decido como educarlos, decido cómo y cuando los envío a la escuela, que les doy de comer y como castigarlos cuando a mi entender hacen algo mal o malo.

Si mis trabajadores son míos, es decir que mientras trabajan su trabajo es propiedad de mi empresa porque les compro su fuerza de trabajo, yo decido que es lo que pueden o no pueden hacer. En algunos casos, por ejemplo en una empresa de seguridad, esto incluso implica que en un momento dado puedo actuar sobre la muerte de un individuo. El sistema de propiedad mismo lo permite.

Si mis ciudadanos son míos yo como gobierno puedo mandarlos a la guerra, quitarles sus propiedades, determinar cómo se tienen que ser las escuelas a las que mandan a sus hijos, etc.

En cada ámbito de la vida y convivencia social existen esas relaciones de propiedad y la forma como yo interactúo con ellas determina en muy buena medida mi comportamiento.

Relato una situación concreta. En cualquier manual de buen comportamiento dice que algunas cosas se pueden comer usando los dedos, en vez de cuchillo y tenedor. En una invitación reciente ofrecieron paella con camarones. Yo, sabiendo que los camarones son uno de esos alimentos con los que se aplica la regla de los dedos le entré con ganas y los usé. Pero los demás comensales usaron sus cuchillos y tenedores (una forma muy complicada para partir un camarón) y se me quedaron viendo. Me tuve que adaptar a la mesa –los comensales eran sus dueños- y terminar de comer como ellos.

La mayoría de la gente ni siquiera se da cuenta de que tan omnipresentes son esas relaciones de propiedad. Las asumen como naturales. Como un “siempre ha sido así y ni modo”. Pero en realidad se equivocan. La propiedad es un aditamento relativamente reciente a nuestra historia occidental y muchas culturas “indígenas” siguen viviendo sin conocerla.

Una cita clásica al respecto viene del famoso discurso que el Jefe Seattle pronunció el 10 de enero de 1854 cuando las autoridades estadounidenses le propusieron comparar las tierras de los nativos:

“Nos parece una idea extraña. Si nosotros no somos los dueños de la frescura del aire, ni de los reflejos del agua. ¿Cómo podrían comprárnosla?
Cada parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo.
Cada brillante aguja de un abeto, cada playa de arena, cada retazo de neblina en el oscuro bosque, cada claro de él, y cada zumbido de insecto es sagrado en la memoria y la experiencia de mi pueblo.
La savia que circula en los árboles lleva los recuerdos del Piel roja.
Los muertos de los hombres blancos olvidan la tierra en que nacieron cuando parten a vagar entre las estrellas. Nuestros muertos nunca olvidan esta tierra maravillosa, pues es la madre del Piel roja. Somos una parte de la tierra, y ella es una parte de nosotros. Las flores fragantes son nuestras hermanas, el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Las cimas rocosas, las suaves praderas, el calor del mustang, y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. ”

Winona LaDuc , una nativa norteamericana, escritora, activista y candidata a la vicepresidencia de los Estados Unidos por el partido Verde en 1996 y el 2000 lo expresa magistralmente de otra forma cuando dice: “We don't want a bigger piece of the pie. We want a different pie” (No queremos un pedazo más grande del pastel. Queremos un pastel diferente.) La militancia de esta mujer se basa en regresar a un concepto nativo fundamental que implica respetar la ley de la tierra como primera ley humana. En esta ley el concepto de la propiedad no tiene cabida.

Para mi existen dos teorías más o menos coherentes que explican el origen primero psicológico y luego su perpetuación social de la propiedad.

La primera es la teoría seminal. Es una teoría profundamente masculina y realmente no se a quien se le ocurrió ni quien es su creador original pero sospecho, por sus implicaciones, que debió haber sido una mujer brillante.

Esta teoría nos dice que el hombre antiguo no se preocupaba en demasía sobre cómo es que se gestaban sus hijos. Un día el varón descubrió que su semen tenía que ver algo en el asunto y se interesó por saber exactamente quienes eran sus hijos. Para lograr saber quiénes eran, evidentemente tuvo que lograr que la mujer con quien tenía relaciones sexuales restringiera su intercambio sexual a un solo hombre. Una vez que pudo determinar eso, el siguiente paso fue apropiarse de sus hijos y posterior o simultáneamente de la mujer, de su mujer.

La segunda teoría es la teoría pastoril. Inicialmente los seres humanos –el apéndice lo demuestra- fuimos básicamente recolectores. La caza y la pesca fueron, y siempre han sido, actividades alimenticias complementarias. Con las migraciones universales de la humanidad los seres humanos en algún momento llegaron a tierras que no eran tan apropiadas para la recolección –se especula que esas tierras fueron el centro asiático- y tuvieron que incorporar a los animales de forma primordial en su dieta. La forma económicamente más eficaz de hacerlo fue buscar animales que se dejaran domesticar y/o que tuvieran cierta propensión a permanecer cercanos a las comunidades humanas. En un siguiente momento climáticamente desfavorable, una primera aldea tuvo que defender a sus animales de invasores de aldeas aledañas. Esos aldeanos, por la simple necesidad de sobrevivir generaron la idea de que esos animales eran de su propiedad. Una combinación de esa idea con las habilidades guerreras de algunos individuos selectos para defender el rebaño constituyeron el siguiente paso. El guerrero encumbrado en jefe de la comunidad se vio a sí mismo no solo como el propietario de los rebaños sino, poco a poco, como el propietario de toda la comunidad. Había nacido el clan, la primera organización política elemental jerárquica. (Para los fans marxistas, Engels describe este proceso en “La familia, la propiedad privada y el Estado).

Independientemente de cuál haya sido el origen real, lo cierto es que el concepto, la idea de ser propietarios de alguien o algo poco a poco se fueron extendiendo hasta llegar a la concepción neoliberal actual que postula que absolutamente todo lo que existe es propiedad de alguien.
En occidente actualmente consideramos que la propiedad es un derecho.

El problema es que muy pocas veces pensamos en la responsabilidad que implica el ser propietarios. Es decir que el poseer lleva implícito poder hacer básicamente lo que quiera con lo que tengo mientras sea de mi propiedad. Pero dejo de ser responsable sobre esa propiedad en el momento en el que cambia de propietario.

Un ejemplo típico y grave de esto lo vemos en la producción industrial misma. El fabricante se hace responsable de su producto durante la parte de la cadena productiva en la que está involucrado directamente como propietario. Compró los insumos y por lo tanto se siente en el derecho de transformarlos y hacer con ellos lo que quiera. Como y de donde salieron esos insumos no le interesa (si acaso se puede preocupar cuando sus insumos escasean o son difíciles de conseguir). Una vez que su producto dejó de estar en sus manos por haberlo vendido a otros tampoco ya no se responsabiliza por los mismos. No le interesa ni se hace responsable si ese producto puede enfermar a alguien, si es peligroso para el medio ambiente una vez que el propietario final –el consumidor- lo haya desechado definitivamente, etc. Incluso la oferta del servicio a clientes no extiende la responsabilidad más allá de la responsabilidad sobre la producción misma ya que solo es un paso de retroceso que lleva el producto de regreso a la cadena con alguna falla que tiene que ser corregida o fue pasada por alto.

Acabo de perder un disco duro. Se dañó físicamente por un defecto de fabricación. Contenía una buena cantidad de mi trabajo de los últimos años. Cuando le reclamé al fabricante se responsabilizó sobre el producto y me lo cambió por uno nuevo sin mayores problemas. Pero cuando le exigí que para mí lo importante era la información y no el disco las cosas cambiaron. No se hizo responsable en absoluto sobre el uso que le di al disco cuando pasó a ser de mi propiedad. La información no pudo ser rescatada. Me remitió a un laboratorio especializado donde me informaron que el rescate de la información iba a costarme más de lo que me había costado la computadora completa.

Ejemplos como este se dan por millones. Cada uno de nosotros tenemos un par de anécdotas que contar al respecto.

Las problemáticas mismas que amenazan actualmente a la existencia humana tienen mucho que ver con esta falta de responsabilidad sobre las cosas que poseo.

Cambiar este estado de cosas en la actualidad es absolutamente fundamental.

Evidentemente existen dos disyuntivas: generar una conciencia de responsabilidad sobre lo que poseemos o bien erradicar la posesión completamente y cambiarla por otra cosa.

La primera disyuntiva, el generar una conciencia de responsabilidad sobre lo que posemos en términos existencialistas sartrianos resulta, evidentemente difícil ya que, ante la dinámica socialmente existente que propicia a todas luces la existencia de la mala fe humana en pos de la búsqueda del mayor beneficio, solo podríamos implementar medidas mediante un sistema de estímulos y castigos.

En estos momentos podemos ver claramente el funcionamiento de esta táctica en las políticas que se están formulando en todo el mundo para desarrollar las nuevas tecnologías energéticas alternativas. Los europeos, más adelantados al respecto, han generado planes tarifarios en sus sistemas de distribución eléctrica para que se amorticen las inversiones, estimulan la investigación e implementación tecnológica y están teniendo buenos resultados. Los estadounidenses, por el otro lado, quieren resolver el asunto por más por el lado de los castigos, implementando impuestos sobre el carbón, emitiendo leyes regionales que obliguen a los inversores a modificar sus formas de producción, etc. Amén de que estas políticas –salvo en el caso de los estados de la costa del Pacífico- han sido adoptadas con mucha reticencia, el resultado tampoco no ha dado mucho que desear.

Otra forma de hacer las cosas en esta tónica del estímulo/castigo es la que han actuado los grupos de presión sociales. Como consumidores han descubierto que tienen un arma muy poderosa para decidir que es y que es lo que no quieren consumir. La comida orgánica, la reducción de los empaques, el boicot a las empresas que en sus maquiladoras emplean a niños o mujeres en malas condiciones laborales (swetshops y otro enlace), etc., y muchas compañías están respondiendo a estas demandas de sus consumidores.

¿Pero puede ser esto una solución al problema?

Por lo pronto, mientras las cosas no cambien de una forma fundamental parece ser la única solución posible. Por lo menos es uno de los pocos recursos con los que cuentan tanto los gobiernos como la sociedad misma para operar alguna forma de cambio.

El problema es que este tipo de medidas de responsabilidad rápidamente encontrará límites y siempre existe la vía legal para que los infractores se salgan con la suya, atrasen o negocien los cambios a su propio ritmo. Además, este tipo de medidas se tiene que implementar siempre, tal y como fue implementado el capitalismo o monetarismo mismo, con una buena dosis de violencia y estructuras de control adicionales.

Aun en un mundo verde y respetuoso aparentemente con la naturaleza, no podríamos escapar del control institucional y la imagen del “Big Brother” orwelliano solo se transformaría haciendo suyas las preocupaciones humanas en torno a su extinción. Se antoja pensar en las medidas del gobierno chino de prohibir a las parejas tener más de un hijo para controlar el crecimiento demográfico. Las consecuencias fueron catastróficas, sobre todo para las niñas recién nacidas.

Responsabilizar forzadamente, sin importar si se recurre al estímulo o al castigo, puede generar cambios. Pero hay que tener en cuenta que serán lentos y tendrán claras limitaciones. Aun así es mejor recurrir a ellos temporalmente mientras descubrimos una forma mejor de hacer las cosas.

La segunda opción, erradicar la posesión y cambiarla por otra cosa, se antoja, por el momento como algo casi imposible. Estamos tan metidos en la dinámica de no cuestionar el hecho mismo de ser propietarios que no vemos una salida fácil ni lógica al asunto y aquellas que se han propuesto anteriormente siempre postulan un cambio revolucionario, una etapa de violencia para “desbancar” a los propietarios, quitarles sus pertenencias y repartirlas justamente (o no repartirlas y convertirlas en una propiedad del estado controlada por un férrea burocracia).

Para operar un cambio en este orden de ideas necesitamos recurrir a otras fuerzas, a otros elementos que le resulten atractivos a la gran mayoría de los seres humanos y por cuyo beneficio estén dispuestos a modificar sus formas de vida.

Si analizamos un poco más profundamente la existencia misma de la propiedad nos damos cuenta que su valor intrínseco radica en el uso que le puedo dar. El ser propietarios implica tácitamente que excluya a otros de usar lo que yo tengo y he allí el meollo del asunto.

El ser propietario de algo en realidad no me hace responsable sobre lo que tengo sino que solamente restringe el uso que otros le puedan dar a lo que yo tengo.

Un primer paso es, entonces, que tenemos que redefinir la propiedad por el uso. Un principio profundamente humano y expresado por nuestro héroe nacional Emiliano Zapata cuando lanzó su revolución bajo el lema de “La Tierra es de quien la trabaja”.

En pocas palabras se debe de implementar una figura social que signifique que yo pierdo mi propiedad en el momento mismo en el que no le dé el uso adecuado. La Tierra misma funciona bajo este principio. Si un campesino abandona su parcela, la Tierra misma se la vuelve a apropiar y le da el uso que considere pertinente. El problema del calentamiento global se está generando básicamente por el hecho de que no hemos sabido hacer un uso adecuado de los recursos y posibilidades que la Tierra nos proporciona y ahora tenemos que pagar la factura.

En este sentido tenemos que redefinir como estamos usando las cosas y como es que estamos restringiendo el uso de esas mismas cosas a otros imponiendo nuestra propiedad sobre ellas. Eso no es un derecho sano en un mundo finito y el resultado es evidente: miles de cosas acumuladas a las que nadie le da uso y miles de restricciones para que yo pueda usar cosas.

Mi derecho inalienable por lo tanto no es tener algo sino usar algo. Y aquí está la clave evidente para que nos demos cuenta que una forma diferente de hacer las cosas puede acarrearnos beneficios mucho mayores.

Una regla que usan mucho las comunidades indígenas del planeta es que nunca tomes de la Tierra más de lo que realmente necesitas. Eso solamente es posible si no te sientes propietario de lo que tomas. Tienes que verte solamente como su usuario –aunque ese uso implique sacrificar un animal o planta para nuestra alimentación. Cada uno de nosotros debe tener el derecho de usar lo que necesita sin restricciones.

Los defensores del derecho de propiedad tienen dos argumentos fundamentales ante esto:
El primero es que no existe lo suficiente para que puedan ser repartidas equitativamente entre todos. El segundo argumento es que los seres humanos solo actúan cuando reciben una recompensa a cambio.

Al decirlo incurren en una contradicción fundamental. Por un lado se sienten cómodos en producir cada vez más cosas en un planeta con recursos finitos. Y peor aún muchas de esas cosas son total y absolutamente innecesarias. Su existencia misma solo se justifica en ese marco idiosincrático del tener.

Si nos dedicáramos realmente a producir cosas necesarias y útiles y procuráramos distribuirlas entre todos los seres humanos para que las usen los fabricantes del mundo tendrían mucho más que producir en vez del sistema actual en el que pintan la misma cosa en diferentes colores para que una misma persona la compre en varias versiones diferentes y la deje de usar lo más rápidamente posible para que adquiera más y más cosas inútiles.

Mi podadora de pasto, por ejemplo, me es útil quizá dos veces al mes. El resto del tiempo está estorbando invariablemente en mi bodega. ¿Por qué no compartir su uso con otras quince personas en los días en que yo no la uso? Lo único que me restringe a hacerlo es que me siento su propietario. Y esa propiedad se refuerza con un miedo de perder lo que tengo, que me roben la podadora, que la descompongan, que le den un uso diferente al del podar “mi” pasto… ¡Alguien podría asesinar a alguien con mi podadora!

La propiedad nos ha hecho desconfiados, miedosos, aprensivos y cuidadosos en exceso. Nos ha aislado inexorablemente de nuestros congéneres, de la naturaleza y de nuestra relación con el todo. Hemos tenido que pagar muy cara esa conversión del usar al tener. Ni la suma de todo lo que tiene el que más tiene puede compensar ese precio.

---

En el mejor de los casos la propiedad se puede ver como un permiso otorgado por la Tierra misma para que yo administre temporalmente algo que estoy usando.

Por ejemplo el terreno en el que se encuentra la casa que habito. Puedo recrear un jardín a mi gusto –no hay nada de malo que muestre preferencias por alguna planta, mientras que otras no me gustan tanto-, puedo construir una casa a mi gusto con las habitaciones necesarias para que la familia viva cómodamente, puedo implementar un buen sistema de aprovisionamiento de energía, etc. Pero nunca debo olvidar que es un préstamo de la Tierra. Y como si la Tierra fuera un banco le tengo que pagar intereses por su uso. Solo que esos intereses no se cotizan en dinero. Son intereses que se pagan en creatividad, cuidado y agradecimiento por el uso. Si por ejemplo logro generar una nueva variedad de rosas ya estoy pagando creativamente, los cuidados implican que no deje decaer la tierra y que la casa esté construida de tal forma que la Tierra pueda recuperar el espacio que me dio en corto tiempo. El agradecimiento, finalmente, se puede dirigir en varias direcciones: los nativos siempre dan una ofrenda cuando toman algo de la naturaleza, socialmente puedo agradecer compartiendo lo que uso, humanamente puedo agradecer transmitiendo mis experiencias a otros o dando servicio para que los demás también puedan usar lo que yo uso, etc.

El argumento de la recompensa evidentemente se refiere a que en el sistema existente solo recibimos algo a cambio de dinero y que para obtener el dinero tenemos que trabajar.

Este argumento tampoco no es demasiado sólido y se cae con facilidad incluso en las circunstancias actuales. Los seres humanos no siempre hacemos cosas por dinero. Aún más, por el dinero muchas veces hacemos cosas que en el fondo ni siquiera quisiéramos hacer, como trabajar en un lugar aburrido y rutinario o ganarnos la vida vendiendo drogas o matando a otros por encargo (y no me refiero solamente a los criminales sino a también a los militares).

Hay motivaciones que son mucho más poderosas que el dinero (la mía para escribir este libro, por ejemplo, solo tiene que ver con el dinero colateralmente). Las palabras de agradecimiento, la sonrisa de alguien después de haberle ayudado en algo, saber que alguien está mejor por algo que yo hice, ser paciente con alguien a quien pocos quieren escuchar cuando habla de sus cosas, son motivaciones mucho más poderosas que el dinero y las solemos hacer con frecuencia sobre todo en los ámbitos comunitarios más cercanos a nosotros.

Algunos, los filántropos, por ejemplo, incluso dan grandes cantidades de dinero para ser recompensados con cosas que para cada uno de ellos vale más que el dinero (exceptuando quizá las fundaciones de las grandes empresas que sospechosamente hacen lo que hacen para ahorrarse el pago de impuestos).

Ayudar, sentirse útil, sentirse apreciado vale más que un salario y en el fondo todos seríamos conscientes de ello si tan solo reparáramos más en aquellas experiencias cotidianas durante las que nos sentimos más plenos y mejores seres humanos. En muchas ocasiones esas experiencias se caracterizan por costar poco o ningún dinero.

Read more...

La propiedad intelectual, el derecho de autor y las patentes

>> viernes, 10 de abril de 2009

La propiedad intelectual, el derecho de autor y las patentes

Si aquellos grandes que hicieron aportaciones a la humanidad, Kepler, Newton, Darwin, Einstein, hubieran usado el lucro como motivador de sus reflexiones la humanidad probablemente todavía estaría en la edad de piedra. Hoy en día, es justamente el lucro en torno a los derechos de autor y la propiedad de patentes lo que controla una buena parte de la innovación científica, tecnológica y del conocimiento humano en general.

Comencemos con un ejemplo concreto: El otro día me vi en la necesidad de adquirir un equipo de cómputo. Acudí a una tienda especializada, escogí el modelo y, como suele suceder de forma automática hoy en día, venía con el sistema operativo Windows Vista preinstalado. Sabiendo de antemano, por una experiencia previa que ese sistema operativo no iba a correr adecuadamente en ese equipo por tener un solo giga de memoria RAM, le dije al vendedor que quería el equipo sin sistema operativo porque prefería usar otro y que me descontara el costo de la licencia del equipo. El vendedor, evidentemente no acostumbrado a una demanda de este tipo amablemente se puso a hacer algunas llamadas para ver si lo que pedía era posible. Después de mucho esfuerzo, el vendedor se dio por vencido. La marca que había escogido no estaba dispuesta a entregar equipos sin el sistema operativo y tampoco no me podía hacer un descuento por no querer usarlo. Desconozco el costo de licencia que Microsoft cobra a los fabricantes de equipos para preinstalar sus sistemas operativos, pero tomando en cuenta que el precio más barato registrado en la red para un Windows Vista es de 170 dólares, supongo que por lo menos 85 dólares del precio del equipo que iba a adquirir iba a parar directamente a las arcas de Microsoft. Un costo cautivo que todos aquellos que quieran comprar un equipo de marca son obligados a pagar sin que puedan hacer algo al respecto.

Lo mismo sucede con mucho de lo que compramos. Un automóvil nuevo, aún tratándose de un modelo sencillo, debe de tener una buena cantidad de patentes involucradas para poder ser fabricado. El fabricante paga una buena suma al propietario de ellas y si el fabricante es el propietario probablemente retiene un porcentaje del costo del vehículo para cubrir sus derechos de uso de patente.

Sin conocer las cifras exactas, cabe suponer que una buena parte del costo final de casi cualquier producto está destinado a aquellos que no estuvieron directamente involucrados en su fabricación real (a los derechos de patentes hay que agregar: impuestos, la ganancia para distribuidores, intermediarios, vendedores, los costos de traslado de los productos del lugar de fabricación al lugar de distribución, etc.). Cabe, por ende, preguntar no solamente si estos pagos son justos, sino, sobre todo, si no están contribuyendo significativamente a la insustentabilidad de todo el sistema económico actualmente predominante en el mundo.

Hoy en día, justamente por los derechos de patentes, es prácticamente imposible que alguien construya una fábrica de alta tecnología porque los propietarios de esas patentes las monopolizan para su propio lucro y beneficio. Al mismo tiempo, el control que ejercen unos pocos sobre esas patentes restringe las capacidades de innovación tecnológica por el simple principio de que muchos pueden pensar mejor que pocos.

Si hubiera 100 o 200 más fábricas de automóviles en el mundo de las que existen actualmente, de acuerdo a las más simple leyes de competencia entre ellas, la innovación tecnológica en el ramo sería mucho mayor. Eso solamente se podría lograr si el uso de patentes no estuviera restringido a unos propietarios que se conforman con un mínimo de innovación funcional que muchas veces se da obligadamente en el ámbito de marcos circunstanciales mayores (el consumo de gasolina de los motores probablemente nunca se hubiera mejorado sin la crisis de energéticos de los 70’s, las imposiciones gubernamentales sobre la emisión de contaminantes, etc.).
Mientras impere la propiedad de patentes como lo está haciendo actualmente, las innovaciones tecnológicas solo se pueden dar en esos marcos obligados por circunstancias externas al proceso de fabricación.

Así, por ejemplo, una gran parte de la discusión sobre la ecologízación de las fuentes de energía, se da en torno a cómo se puede lograr que la industria energética considere atractivas esos cambios y, la mayoría de las soluciones que se proponen es que este cambio tiene que suceder a partir de un marco de legislaciones locales, estatales y nacionales.


Una cuidadosa revisión de las leyes de propiedad intelectual y las de los derechos de patentes nos permite llegar a la conclusión, al igual que lo han hecho miles de economistas, que estas leyes en realidad no existen para proteger la propiedad de los intelectuales o inventores, sino para la protección de un sistema de distribución y monopolización de estas propiedades. El tan recurrido argumento de que existen justamente para fomentar la innovación tecnológica es una falacia que se cae si con tan solo evaluar los esquemas de innovación que realmente están sucediendo en el mundo. La innovación tecnológica está sucediendo solamente en aquellos mercados y en torno a aquellos productos que representan verdaderos retos no resueltos hasta ahora en el mundo real. La superación de estos retos, el acceder a ámbitos tecnológicos nuevos o no explorados siempre ha sido el mejor incentivo para la innovación y lo seguirá siendo. Este incentivo “de curiosidad y reto” desde los albores de la humanidad ha trascendido el incentivo del beneficio material.
Por el otro lado, el control de los derechos de autor y las patentes más que hacer posible el acceso universal a la tecnología (ayudando así a la innovación por las mejoras que surgen del uso informado de la tecnología) es una de las razones más importantes que sostienen la inequidad económica mundial. Es evidente que aquellos países que poseen la tecnología no solo se han mostrado reticentes que compartirla con el mundo sino que incluso han llegado al grado tal que mucha de esa tecnología ni siquiera es considerada para producirse en lugares ajenos a sus países. La alta tecnología no ha sido abarcada por los mercados de la maquila y las producciones masivas de “outsourcing”. Si una empresa de todas formas decide maquilar sus productos de alta tecnología en países de mano de obra barata, casi siempre lo hace de tal forma que las diferentes piezas para el producto final se produzcan en ubicaciones geográficas distintas y sin contacto entre sí, dejando el ensamblado final de muchos productos de alta tecnología en los países de origen de misma.

Read more...

  © Blogger templates Shiny by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP