La democracia actual: entre la caridad política y el engaño ciudadano…

>> sábado, 2 de mayo de 2009

La democracia actual: entre la caridad política y el engaño ciudadano…

That all men are equal is a proposition which, at ordinary times, no sane individual has ever given his assent. - Aldous Huxley

Tiempos electorales. Conforme se acerca la gran fecha, los spot publicitarios aumentan, se convocan mítines, se llenan estadios para escuchar el discurso del candidato, el pueblo se moviliza, algunos activa, otros pasivamente. Todos toman conciencia por unas semanas, meses, de su calidad ciudadana. Cada uno se convence de que su voto puede hacer la diferencia…

En países como el nuestro, la publicidad electoral no es solamente la de los partidos y candidatos, sino que también incluye una importante campaña de convencer al ciudadano para que esté preparado y acuda a las urnas. Esta última campaña casi siempre resulta la del partido derrotado, el abstencionismo, si tuviera validez electoral, siempre tendría el voto mayoritario. Pero los no votantes son desdeñados como una despreciable minoría de malos ciudadanos. El hecho de que expresen, posiblemente, el desdeño que se les imputa en la dirección contraria, hacia sus gobernantes, es una de esas improbabilísticas políticas asimismo desdeñables.

“Voto por voto, casilla por casilla, urna por urna,” clamaban los derrotados sospechando el fraude. La última instancia nunca es ni ha sido ciudadana. En las elecciones controvertidas intervienen los tribunales y, como lo vimos con Gore-Bush en el 2000, o AMLO-Calderón en el 2006, fallan inapelablemente. Los perdedores no siempre se atienen a las consecuencias. Pero no han podido lograr mucho contra las decisiones que vienen de arriba. Después de todo el poder judicial, el tercer poder por el que casi en ninguna parte se vota, es la cereza que corona el pastel de nuestra amada democracia.

Pero si el poder judicial es la cereza, los medios masivos de comunicación son la crema que cubre el pastel, el gran legitimador-empañador-engañador, detrás del cual se esconde el verdadero pastel. (recomiendo abajo en la página los excelentes videos de Noam Chomski "Manufacturing Consent" subtitulados)

Un sistema político representativo que no representa a nadie más que a si mismo. Y este representarse a si mismo en realidad no tiene nada que ver con los anteojos ideológicos que tienen puestos aquellos que participan en el sistema. Muchas, demasiadas veces se ha dicho que los partidos políticos no son otra cosa, que alas diferentes de una misma empresa.

Los casos que podemos enumerar son numerosos. ¿Alguien tiene alguna idea cual es la diferencia entre los republicanos y demócratas en los Estados Unidos más allá de que los primeros usan el elefante como mascota y los segundos el burro?, ¿Alguien tiene alguna idea como es que un Partido Ecologista –el mexicano- puede recurrir a métodos electoreros tan contrarios a su ideología de origen como proponer la pena de muerte y no llevarse más castigo que ser expulsados de la “Internacional Verde”?, ¿Alguien puede explicar cómo es que se puede Institucionalizar una Revolución y regir un país durante 7 décadas sin que nadie le pida una rendición de cuentas sobre esa paradoja primaria?, ¿Alguien puede entender como el comunismo marxista se pudo convertir en un capitalismo de estado?

Ciertamente no encontraremos ninguna de estas respuestas en los medios de análisis político convencionales. Este análisis no puede, o no ha querido trascender la agenda establecida por la polaridad izquierda-derecha imperante. Y, cuando ha aparecido algo nuevo, algo propositivo, aquellos que controlan el sistema se han encargado de torcer la novedad a su conveniencia para continuar matizadamente en lo mismo.

Este es el marco en el que encontramos a la democracia moderna. Se nos dice que cada voto, que mi voto es importante. Y lo es. Ese voto, mi voto, es absolutamente imprescindible para mantener las cosas en el lugar en el que se encuentran. Un voto no cambia nada, muy al contrario, es la firma ciudadana debajo del invisible contrato social.

Analicemos el asunto un poco más a detalle.

¿Quiénes son aquellos por lo que puedo votar? Se puede argumentar de que son ciudadanos comunes y corrientes y lo son, hasta que comienzan a buscar una carrera política. Esta carrera los convertirá en ciudadanos ya no tan comunes y corrientes. Se convierten en ciudadanos con una filiación política. Un ciudadano común y corriente no puede acceder a las filas del poder. Tiene que ir pasando por toda una serie de filtros y pruebas para lograr su cometido. Los meritos que tiene que hacer en el camino lo alejan cada vez más de aquello que tuvo en mente al iniciar el camino. Se adapta, rinde pleitesías, accede a tratos, regatea por posiciones, comienza a roer el hueso, y, si es lo suficiente mente hábil, logra comerse el túetano. Para entonces ya es demasiado tarde para seguir siendo ciudadano. Su nombre se convierte en parte de esa “H” que permea el panorama político mexicano, una “H” que nunca se sabe bien a bien si se deriva de “heróica”, de “honorable”, heroico por el esfuerzo, por la gloria de haber obtenido la victoria en el camino, honorable por la honra del título, en muy contadas ocasiones por denotar una ética personal en el personaje.

Las instituciones que se encargan del filtrado, de torcer y adaptar las buenas intensiones de ese ciudadano común y corriente a los cánones establecidos son los partidos políticos. Unas instituciones que reproducen, más o menos eficazmente la virulencia de los acomodos del sistema en su totalidad. Cada uno de esos partidos tiene sus héroes. A sus Campas, sus Gómez Morín, sus Elías Calles, sus Ebert, Adenauers, Lenins, Trotzkis, Nehrus, Gandhis, Mandelas, Jeffersons y Roosevelts. Incluso los contra-héroes no son escasos: Hitler, Mussolini, Stalin, Sukarno, Perón, González Torres.

Con tan solo recorrer un poco los contenidos de la vendimia electoral que realizan esos filtrados personajes nos damos cuenta que ya son algo diferente al común denominador ciudadano. Sus promesas electorales obedecen a lo que imaginan ser las grandes necesidades ciudadanas: trabajo, educación, salud, seguridad, patria… Ya están muy alejados de aquello que son las verdaderas inquietudes: comida en el plato, electricidad sin efectos de discoteca, la fiesta de quince años de la primogénita, amistades genuinas, solidaridad humana, con quien intercambiar, por quien sufrir el amor, vivir para que valga la pena vivir.

Desde la óptica del común y corriente para todo ello no es necesario que se trabaje (podría ser gratis), o tener la credencial del partido (a menos que sea necesaria para obtener algunas prerrogativas especiales), vivir no cuesta nada. No le tiene que pagar nada a la naturaleza para estar vivo. Los que le demandan los pagos son esos humanos diferentes a él que están ubicados en esas pirámides invisibles que sostiene en sus hombros ciudadanos.

Si no fuera por los señuelos llamados democracia colgados de la base de la pirámide y que de vez en cuando atrapan y anteponen una “H” al ciudadano común y corriente, la pirámide, desde hacer rato, estaría tan en ruinas como aquellas que construyeron los antepasados.

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