La propiedad intelectual, el derecho de autor y las patentes

>> viernes, 10 de abril de 2009

La propiedad intelectual, el derecho de autor y las patentes

Si aquellos grandes que hicieron aportaciones a la humanidad, Kepler, Newton, Darwin, Einstein, hubieran usado el lucro como motivador de sus reflexiones la humanidad probablemente todavía estaría en la edad de piedra. Hoy en día, es justamente el lucro en torno a los derechos de autor y la propiedad de patentes lo que controla una buena parte de la innovación científica, tecnológica y del conocimiento humano en general.

Comencemos con un ejemplo concreto: El otro día me vi en la necesidad de adquirir un equipo de cómputo. Acudí a una tienda especializada, escogí el modelo y, como suele suceder de forma automática hoy en día, venía con el sistema operativo Windows Vista preinstalado. Sabiendo de antemano, por una experiencia previa que ese sistema operativo no iba a correr adecuadamente en ese equipo por tener un solo giga de memoria RAM, le dije al vendedor que quería el equipo sin sistema operativo porque prefería usar otro y que me descontara el costo de la licencia del equipo. El vendedor, evidentemente no acostumbrado a una demanda de este tipo amablemente se puso a hacer algunas llamadas para ver si lo que pedía era posible. Después de mucho esfuerzo, el vendedor se dio por vencido. La marca que había escogido no estaba dispuesta a entregar equipos sin el sistema operativo y tampoco no me podía hacer un descuento por no querer usarlo. Desconozco el costo de licencia que Microsoft cobra a los fabricantes de equipos para preinstalar sus sistemas operativos, pero tomando en cuenta que el precio más barato registrado en la red para un Windows Vista es de 170 dólares, supongo que por lo menos 85 dólares del precio del equipo que iba a adquirir iba a parar directamente a las arcas de Microsoft. Un costo cautivo que todos aquellos que quieran comprar un equipo de marca son obligados a pagar sin que puedan hacer algo al respecto.

Lo mismo sucede con mucho de lo que compramos. Un automóvil nuevo, aún tratándose de un modelo sencillo, debe de tener una buena cantidad de patentes involucradas para poder ser fabricado. El fabricante paga una buena suma al propietario de ellas y si el fabricante es el propietario probablemente retiene un porcentaje del costo del vehículo para cubrir sus derechos de uso de patente.

Sin conocer las cifras exactas, cabe suponer que una buena parte del costo final de casi cualquier producto está destinado a aquellos que no estuvieron directamente involucrados en su fabricación real (a los derechos de patentes hay que agregar: impuestos, la ganancia para distribuidores, intermediarios, vendedores, los costos de traslado de los productos del lugar de fabricación al lugar de distribución, etc.). Cabe, por ende, preguntar no solamente si estos pagos son justos, sino, sobre todo, si no están contribuyendo significativamente a la insustentabilidad de todo el sistema económico actualmente predominante en el mundo.

Hoy en día, justamente por los derechos de patentes, es prácticamente imposible que alguien construya una fábrica de alta tecnología porque los propietarios de esas patentes las monopolizan para su propio lucro y beneficio. Al mismo tiempo, el control que ejercen unos pocos sobre esas patentes restringe las capacidades de innovación tecnológica por el simple principio de que muchos pueden pensar mejor que pocos.

Si hubiera 100 o 200 más fábricas de automóviles en el mundo de las que existen actualmente, de acuerdo a las más simple leyes de competencia entre ellas, la innovación tecnológica en el ramo sería mucho mayor. Eso solamente se podría lograr si el uso de patentes no estuviera restringido a unos propietarios que se conforman con un mínimo de innovación funcional que muchas veces se da obligadamente en el ámbito de marcos circunstanciales mayores (el consumo de gasolina de los motores probablemente nunca se hubiera mejorado sin la crisis de energéticos de los 70’s, las imposiciones gubernamentales sobre la emisión de contaminantes, etc.).
Mientras impere la propiedad de patentes como lo está haciendo actualmente, las innovaciones tecnológicas solo se pueden dar en esos marcos obligados por circunstancias externas al proceso de fabricación.

Así, por ejemplo, una gran parte de la discusión sobre la ecologízación de las fuentes de energía, se da en torno a cómo se puede lograr que la industria energética considere atractivas esos cambios y, la mayoría de las soluciones que se proponen es que este cambio tiene que suceder a partir de un marco de legislaciones locales, estatales y nacionales.


Una cuidadosa revisión de las leyes de propiedad intelectual y las de los derechos de patentes nos permite llegar a la conclusión, al igual que lo han hecho miles de economistas, que estas leyes en realidad no existen para proteger la propiedad de los intelectuales o inventores, sino para la protección de un sistema de distribución y monopolización de estas propiedades. El tan recurrido argumento de que existen justamente para fomentar la innovación tecnológica es una falacia que se cae si con tan solo evaluar los esquemas de innovación que realmente están sucediendo en el mundo. La innovación tecnológica está sucediendo solamente en aquellos mercados y en torno a aquellos productos que representan verdaderos retos no resueltos hasta ahora en el mundo real. La superación de estos retos, el acceder a ámbitos tecnológicos nuevos o no explorados siempre ha sido el mejor incentivo para la innovación y lo seguirá siendo. Este incentivo “de curiosidad y reto” desde los albores de la humanidad ha trascendido el incentivo del beneficio material.
Por el otro lado, el control de los derechos de autor y las patentes más que hacer posible el acceso universal a la tecnología (ayudando así a la innovación por las mejoras que surgen del uso informado de la tecnología) es una de las razones más importantes que sostienen la inequidad económica mundial. Es evidente que aquellos países que poseen la tecnología no solo se han mostrado reticentes que compartirla con el mundo sino que incluso han llegado al grado tal que mucha de esa tecnología ni siquiera es considerada para producirse en lugares ajenos a sus países. La alta tecnología no ha sido abarcada por los mercados de la maquila y las producciones masivas de “outsourcing”. Si una empresa de todas formas decide maquilar sus productos de alta tecnología en países de mano de obra barata, casi siempre lo hace de tal forma que las diferentes piezas para el producto final se produzcan en ubicaciones geográficas distintas y sin contacto entre sí, dejando el ensamblado final de muchos productos de alta tecnología en los países de origen de misma.

0 comentarios:

  © Blogger templates Shiny by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP